Alma Delia Murillo
13/07/2013 - 12:00 am
El infame vocabulario amoroso
Me gustaría, una vez más, hacer escarnio del estado amoroso. Es que no lo resisto y es que además soy una mala persona. Corrijo, mi doppelgänger es una mala persona porque la yo original es buena como el pan de centeno sin gluten, ni sales, ni azúcares, ni conservadores artificiales, ni carbohidratos, ni pan. Chale. […]
Me gustaría, una vez más, hacer escarnio del estado amoroso. Es que no lo resisto y es que además soy una mala persona. Corrijo, mi doppelgänger es una mala persona porque la yo original es buena como el pan de centeno sin gluten, ni sales, ni azúcares, ni conservadores artificiales, ni carbohidratos, ni pan.
Chale. Acabo de confirmar que no hay bondad en mi ser. Corrijo de nuevo: sí soy mala. Y además, ay de mí, acabo de deconstruir uno de mis mitos fundacionales: el pan tampoco es bueno. Cuánta crudeza de la realidad golpeándome en un solo párrafo, ¿ven por qué bebo?
Que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad. Principio acertado como todos los que se sustentan en la sabiduría popular pero yo creo que esa máxima debería completarse así: los niños y los borrachos siempre dicen la verdad y los enamorados, que no se sabe si son niños o borrachos, siempre dicen barbaridades.
Empezaré contando una leyenda casi insuperable. No la oí directamente de la protagonista, me la contó el buen Beco, autor de la maravillosa foto que engalana esta columna.
Dice el Beco (y yo creo en él con una fe inquebrantable) que tenía una compañera en segundo año de primaria que estaba convencida de que su mamá se llamaba Gordita pues a fuerza de escuchar a su padre referirse a la amantísima esposa de esa manera y nunca con el nombre propio, su prístina lógica infantil le hizo saltar a esa conclusión.
No tengo nada en contra de las dinastías de Gorditas y Gorditos que con su descendencia han poblado la tierra. Gordita Primera, Gordita Segunda y Gordita Ad Infinitum. O en masculino, para que no me acusen de cometer discriminación de género: Gordito V, Gordito VIII (que hubiera sido una forma perfecta de referirse a la abundante humanidad de Enrique Octavo, ¿le habrá llamado así alguna de sus míticas esposas?).
Pero de que es ridículo, es ridículo. E infantiloide.
Ahora bien, si me permiten hablar de fobias personales, postulo “mi bebé” como la peor de todas. No logro comprenderlo. ¿Por qué una mujer de cuarenta años le dice a su marido “mi bebé”? Cada vez que lo escucho reconsidero la posibilidad de irme a vivir a la jungla. Y lo escucho muy a menudo.
El formato contrario me resulta igual de aberrante. Esos que dicen Mami y Papi para referirse a su pareja. Una vez, en una de esas abominables comidas familiares, vi una escena que me produjo escalofríos: la mujer dijo “papi, ¿me pasas la pimienta?”, y el marido y el papá de la susodicha, al mismo tiempo, sujetaron el pimentero para complacer a la doble hija. La concurrencia estalló en carcajadas menos los Papi Primero y Papi Segundo que seguían disputándose el pimentero como si fuera el cetro del emperador.
Ya sé que el respeto a la perversión ajena es la paz. Pero todo lo que revela decirse “Mami y Papi” o “mi bebé” entre los miembros de una pareja es alarmante. ¿Ven por qué quiero irme a la jungla?
Revisemos algunos ejemplos del catálogo masculino para referirse a sus compañeras amorosas:
En una escala del 1 al 4, donde 1 es No mames y 4 es Suicídate, señalen su valoración de estos motes.
Mi princesa ( ) Mi vieja ( ) Mi nalga ( ) Mi puchunguita ( )
Resulta casi tan difícil y desolador como elegir entre el PRI, el PAN, el PRD y Nueva Alianza. Ya de plano estoy considerando también tomar un antidepresivo.
Creo que llegó el momento de confesarles mi pecado, no se vayan a pensar que me excluyo del desastre. Yo también, al pasar por el pendejómetro amoroso marco alto, muy alto.
A mí me gusta decir mi amor y mi corazón. Recuerdo que alguna vez, mi maestro Óscar de la Borbolla, talentosísimo escritor al que todos deberían leer y ser humano entrañable, me dijo que le parecía espantoso eso de “mi corazón” porque en realidad –como han dicho emblemáticos poetas- no es más que un músculo bombeando las inmundicias de la sangre al cuerpo.
Pues sí pero pues no.
En mi favor aduciré también poesía. Me da por pensar que el gran Apollinaire, partiendo de un “mi corazón”, escribió esto: “Escuchar latir la aorta. Y todas mis arterias hinchadas por tu solo amor”.
Soy una ventajosa, sí. Y mi argumento es asquerosamente parcial, también.
No puedo omitir hablar de las maneras veladamente agresivas.
He presenciado escenas entre parejas que se llaman “güey y bruja”, “tontito y tontita”.
No me cabe en la cabeza referirme como “mi güey” a alguien de quien estoy profundamente enamorada y a quien además admiro. Tal vez es que soy retrógrada o es una limitante generacional. Pero no puedo incorporarlo a mi vocabulario. Ni quiero.
Lo de tontito y tontita tampoco lo encuentro tan inocente. Porque la pareja es un juego de espejos, el otro yo, la otra yo. Lo que se ama, lo que se desdobla de nosotros mismos a través de la persona que elegimos amar. Lo que nombramos del amor también nos nombra. También nos hace.
De igual manera que los odios absolutos hacia los y las ex nos pintan enteros. “La ex del infierno” me dijo alguien con quien salía aludiendo a su exmujer. En ese momento, supe con toda certeza que no quería quedarme a construir con ese hombre todo lo que luego me llevaría a ser su Ex del Infierno Segunda. Encuentro tan poco honorable y tan penoso el hecho de referirse miserablemente a las parejas anteriores porque cuando se habla mal de una expareja, en realidad se habla mal de uno mismo. Y es, tristemente, uno de los vicios más arraigados de la humanidad.
¿Ven por qué quiero el antidepresivo?
Pero así es esto del amor: agridulce, claroscuro, aguafiestas, rompemadres, suavirrasposo. Contradictorio, pues.
De lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso, dicen que dijo Napoleón. Al que espero que Josefina no haya tenido la desafortunada idea de llamarle cariñosamente chaparrito.
Así que no me queda más que sostener mis contradicciones y desearles que se enamoren de la única forma posible: como pendejos.
Dicho con todo cariño, desde luego.
@AlmaDeliaMC
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